Esta
reflexión no va dirigida a los gobiernos
sino a los pueblos hermanos de América Latina.
Mañana 28 de agosto
se iniciará en Argentina la reunión
Cumbre de UNASUR cuya trascendencia no puede ignorarse.
En ella se debe analizar la concesión de
siete bases militares en territorio de Colombia,
a la superpotencia norteamericana. Las conversaciones
previas de ambos gobiernos se mantenían en
riguroso secreto. El acuerdo debía presentarse
al mundo como hecho consumado.
En horas de la madrugada
del 1º de marzo del 2008, las Fuerzas Armadas
de Colombia, entrenadas y armadas por Estados Unidos,
habían atacado con bombas de precisión
a un grupo de guerrilleros que penetró en
una apartada zona del territorio ecuatoriano. Al
amanecer, hombres de las tropas élites colombianas
transportados en helicópteros ocuparon el
pequeño campamento, remataron a los heridos
y se apoderaron del cadáver del jefe guerrillero
Raúl Reyes, quien al parecer sostenía
en esos días un encuentro con jóvenes
visitantes de otras nacionalidades, interesados
en conocer las experiencias de la guerrilla que
desde la muerte del líder liberal Jorge Eliécer
Gaitán, hace más de 50 años,
sostiene la lucha armada. Entre las víctimas
había estudiantes universitarios de México
y Ecuador que no portaban armas. El método
fue brutal, al estilo yanqui. El gobierno de Ecuador
no había recibido advertencia alguna antes
del ataque.
El hecho constituyó
una acción humillante para el pequeño
y heroico país suramericano, envuelto en
un proceso político democrático. Se
sospechaba fuertemente que la base aérea
norteamericana de Manta había ofrecido información
y cooperado con los atacantes. El presidente Rafael
Correa adoptó la valiente decisión
de solicitar la devolución del territorio
ocupado de la base militar de Manta, cumpliendo
estrictamente los términos establecidos en
el convenio militar con Estados Unidos, y retiró
su embajador en Bogotá.
La entrega de territorio
para el establecimiento de siete bases militares
de Estados Unidos en Colombia, amenaza directamente
la soberanía y la integridad de los demás
pueblos de Sur y Centroamérica con las que
nuestros próceres soñaron crear la
gran patria latinoamericana.
El imperialismo yanki
es cien veces más poderoso que los imperios
coloniales de España y Portugal, ajeno por
completo al origen, los hábitos y la cultura
de nuestros pueblos.
No se trata de estrechos
chovinismos. “Patria es humanidad”,
como proclamó Martí, pero jamás
bajo el dominio de un imperio que ha impuesto al
mundo una tiranía sangrienta. En nuestro
propio hemisferio los cientos de miles de compatriotas
latinoamericanos asesinados, torturados y desaparecidos
en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua,
Panamá, Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay
y otros países de Nuestra América,
durante las últimas cinco décadas
por golpes de estados y acciones que Estados Unidos
promovió y apoyó, demuestran de forma
irrebatible lo que afirmo.
Cuando analizo los argumentos
con que Estados Unidos pretende justificar la concesión
de bases militares en territorio de Colombia, no
puedo menos que calificar de cínicos tales
pretextos. Afirma que necesita esas bases para cooperar
en la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo,
el tráfico de armas, la emigración
ilegal, la posesión de armas de destrucción
masiva, los desbordes nacionalistas y los desastres
naturales.
Ese poderoso país
es el mayor comprador y consumidor de drogas del
planeta. Un análisis de los billetes que
circulan en Washington, capital de Estados Unidos
revela que el 95 por ciento pasaron por manos de
personas que consumen drogas; es el mayor mercado
y a la vez el mayor suministrador de armas para
el crimen organizado en América Latina, con
ellas están muriendo decenas de miles de
personas cada año al Sur de su frontera;
es el mayor estado terrorista que ha existido nunca.
No solo lanzó las bombas contra ciudades
civiles en Hiroshima y Nagasaki; en sus guerras
imperiales como las promovidas en Vietnam, Iraq,
Afganistán, Pakistán y otros países
ubicados a miles de kilómetros de distancia
en las que han muerto millones de personas; es el
mayor productor y poseedor de armas de destrucción
masiva, incluidas las nucleares, las químicas
y las biológicas.
Los paramilitares colombianos,
muchos de los cuales proceden de los desmovilizados
de las Fuerzas Armadas y constituyen, en parte,
sus reservas, son los mejores aliados y protectores
de los narcotraficantes.
El llamado personal civil
que acompañaría a los soldados en
las bases de Colombia son, como norma, ex militares
norteamericanos perfectamente entrenados, que son
después contratados por empresas privadas
como Blackwater, que se hizo famosa por los crímenes
cometidos en Iraq y otras partes del mundo.
Un país que se
respete a sí mismo no necesita mercenarios,
ni soldados, ni bases militares norteamericanas
para combatir el narcotráfico, ni proteger
la población en los casos de desastres naturales,
o brindar cooperación humanitaria a otros
pueblos.
Cuba es un país
sin problemas de drogas ni altos índices
de muertes violentas, cuyo número decrece
por año.
El único propósito
de Estados Unidos con esas bases, es poner América
Latina al alcance de sus tropas en cuestión
de horas. La alta jerarquía militar de Brasil
recibió con verdadero desagrado la noticia
sorpresiva del acuerdo sobre la instalación
de bases militares de Estados Unidos en Colombia.
La base de Palanquero está muy cerca de la
frontera con Brasil. Con esas bases, unidas a las
de las Islas Malvinas, Paraguay, Perú, Honduras,
Aruba, Curazao y otras, no quedaría un solo
punto del territorio de Brasil y del resto de América
del Sur fuera del alcance del Comando Sur, donde
en cuestión de horas, mediante el empleo
de sus más modernos aviones de transporte,
puede hacer llegar tropas y otros medios sofisticados
de combate. Los mejores especialistas en la materia
han suministrado los datos necesarios, para demostrar
el alcance militar del acuerdo yanqui-colombiano.
Tal programa, que incluyó el restablecimiento
de la IV Flota, fue diseñado por Bush y heredado
por el actual gobierno de Estados Unidos, a quien
algunos líderes suramericanos demandan el
debido esclarecimiento de su política militar
en América Latina. Los portaaviones nucleares
no se necesitan para combatir las drogas.
El objetivo más
inmediato de ese plan es liquidar el proceso revolucionario
bolivariano y asegurar el control del petróleo
y otros recursos naturales de Venezuela. El imperio,
por otro lado, no acepta la competencia de las nuevas
economías emergentes en su patio trasero,
ni países verdaderamente independientes en
América Latina. Cuenta con la oligarquía
reaccionaria, la derecha fascista y el control de
los principales medios de difusión masiva
internos y externos. Nada que parezca a verdadera
equidad y justicia social tendrá su apoyo.
La emigración
de latinoamericanos hacia Estados Unidos es consecuencia
del subdesarrollo, y este es consecuencia del saqueo
a que hemos sido sometidos por parte de ese país
y del intercambio desigual con las naciones industrializadas.
México fue desgajado
de América Latina por el Acuerdo de Libre
Comercio con Estados Unidos y Canadá. La
mayoría de los 12 millones de emigrantes
ilegales en el primero de esos países son
mexicanos y también la mayor parte de los
cientos que mueren cada año en el muro de
la frontera con aquel país.
Con una población
de 107 millones de habitantes, en medio de la actual
crisis económica internacional, el índice
de pobreza crítica en México se ha
elevado al 18 por ciento y la pobreza general alcanza
a más de la mitad de sus habitantes.
Nada perturbó
tanto la vida de Martí, el Apóstol
de nuestra independencia, como la anexión
a Estados Unidos. Desde 1889 venía tomando
conciencia de que ese era el mayor peligro para
América Latina. Soñó siempre
con la Patria Grande, desde el río Bravo
hasta la Patagonia; por ella y por Cuba dio su vida.
El 10 de enero de 1891
escribió en La revista ilustrada de Nueva
York un ensayo titulado “Nuestra América”,
en el que expresó inolvidables frases: “…
¡los árboles se han de poner en fila
para que no pase el gigante de las siete leguas!
Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y
hemos de andar en cuadro apretado, como la plata
en las raíces de los Andes.”
Cuatro años más
tarde, después de su desembarco por Playitas
en la provincia oriental de Cuba, cuando ya marchaba
por los campos insurrectos, sostuvo un encuentro
con el periodista del Herald George E. Bryson, el
2 de mayo de 1895. Este le contó que había
entrevistado en la Habana al famoso general Arsenio
Martínez Campo. El jefe español le
dijo que antes de conceder la independencia a Cuba
prefería entregarla a Estados Unidos.
De tal forma impactó
la noticia a Martí, que el 18 de mayo escribió
a su amigo mexicano Manuel Mercado la famosa carta
póstuma en la que habla del “…camino
que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos
cegando, de la anexión de los pueblos de
Nuestra América, al Norte revuelto y brutal
que los desprecia…”
Al día siguiente,
desoyendo el consejo del General Máximo Gómez,
quien le indicó permanecer en la retaguardia,
solicitó a su ayudante un revolver, cargó
contra una tropa española bien posesionada
y murió en el combate.
“Viví en
el monstruo, y le conozco las entrañas”,
sentenció en su última carta.
Fidel Castro Ruz
Agosto 27 de 2009 - 12 y 40 p.m.